Por Mtro. Raymundo Calderón Sánchez

Director Nacional de Psicología de la Escuela de Ciencias de la Salud de la Universidad del Valle de México

La actual dinámica social, tan matizada de violencia, tiene una base multi-causal. Para que se desarrollen niveles de violencia humana tan altos como consecuencia de la pelea entre grupos criminales por tráfico de drogas y por la búsqueda de posicionamiento de territorios, así como por la lucha oficial en contra de ellos, es necesario contar con personas dispuestas a vivir en esa realidad riesgosa, en la cual las vidas penden de un hilo.

La formación de la personalidad violenta en el ser humano requiere de un proceso de vida que implica, necesariamente, la vivencia permanente de la violencia en su vida cotidiana en familia y con los grupos sociales de referencia primaria, de forma tal que es asumida como una estrategia natural en su interacción con otros. La violencia como recurso en esta interacción entre niños y jóvenes (particularmente varones), no es para nada nueva,  (la educación Espartana inducía a los varones mayores de 5 años que pelaran con otros coetáneos como parte de su entrenamiento de vida); y lo que es cierto es que ecada vez se expresa con mayor intensidad y frecuencia en sus relaciones sociales, incluido ahora el sector femenino.

El Bullying, por ejemplo, se ha convertido en una expresión de interacción donde hombres y mujeres jóvenes logran, por su medio, la aceptación del grupo social de referencia y con ello el sentido de pertenencia tan importante en su vida, lo cual además pareciera no generar ningún tipo de culpa por las posibles consecuencias psicológicas en las víctimas.

Ello explicaría, en parte, la razón por la cual a pesar de las diversas campañas mediáticas y educativas que buscan reducir los índices de violencia, no han obtenido los resultados buscados, por el contrario, la presentación descuidada de los desafortunadas consecuencias del Bullying en jóvenes, como los intentos de suicidios, alto ausentismo escolar, trastornos psicológicos, como: depresión, soledad, abulia, baja autoestima, estrés, ansiedad, entre otras, es recibida por los “bulleros”, como información vacía, sin contenidos significativos.

La realidad social demanda una atención más integral que involucre todos los sectores de la población no sólo para trabajar en la generación de programas que abatan el Bullying en las escuelas o instituciones, sino alternativas que logren mejorar las estrategias de interacción familiar que permitan descubrir la riqueza de una vida sin violencia.

En los diferentes sectores de la población todos interactuamos y, si creemos que la vida puede ser mejor sin violencia, iniciemos nuestra participación en la transformación de nuestra sociedad preguntándonos conscientemente si en nuestra familia se promueve la violencia, pues la violencia más peligrosa es la que pocos conocen: la privada.

*Las opiniones expresadas en este texto son  responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, la postura institucional de la UVM.

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